Lidia Gil Calvo. Santander, 2024.
La naturaleza se dibuja a través de nuestras manos, y es desde nuestros cerebros desde donde se piensa, desde donde se siente tan deseada como amenazada.
Redes invisibles es el final, la conclusión o el desenlace de toda una serie de etapas expositivas de un proyecto mayor denominado Naturaleza desprendida. Desprendida por generosa, pero también en el sentido de desgajada de nosotros, alejada, desligada en demasía de nuestras vidas mayormente urbanas. Redes invisibles también inaugura una nueva etapa representativa, con un espíritu renovado y expectativas alumbradoras.
El trabajo de Julia r. Ortega se incorpora a la tradición del dibujo de paisaje con un enfoque personal y muy sensible que hace que su reconfortante narrativa resulte una mirada fresca y clásica a la vez.
El paisaje no se agota nunca, es capaz de generar infinitos discursos y despierta nuestra capacidad de reconocernos en él. Nos incita a la observación tranquila e inmersiva, cada vez más necesaria. Además, están realizados sobre papeles puros y naturales que recogen los trazos del carbón con delicadeza. Todos los materiales de esta exposición están muy cuidados y tienen un sentido expreso con lo representado.
Los lugares que se reflejan en sus obras han sido recorridos por la artista, reconocidos y seleccionados para representar estados de ánimo o reclamos estéticos. Los paseos por la naturaleza son una actividad muy reivindicada desde antiguo por intelectuales y creadores, no solo para buscar inspiración artística sino también para calmar el alma y apaciguar el corazón.
A parte del romanticismo que le queramos otorgar, este preciado pasatiempo está cada vez más aconsejado incluso por la comunidad médica y científica. Está comprobado que internarse en el bosque reporta innumerables beneficios a nuestro organismo, pues calman el ritmo cardiaco, reduce la presión arterial y activa y potencia el sistema inmunológico. En Japón es ancestralmente valorado y le han dado incluso un nombre específico, “Shinrin Yoku” o baño de bosque, y parece ser que los médicos lo recetan ya como una terapia recurrente.
Además de una defensa de la importancia de estar unidos a la naturaleza, cada uno de los dispositivos artísticos presentados en esta exposición son para la artista una propuesta de paseos compartidos y esto está acentuado por el recurso de situar junto a los dibujos diferentes objetos encontrados durante sus incursiones. Pueden aparecer o bien colgados junto a ellos, enganchados sutilmente, o en pequeñas baldas como altarcitos o espacios rituales sobre los que posa trozos de madera, semillas, flores, minerales o cualquier otro elemento que haya llamado su atención en la práctica del caminar bosque. Ese interés por transportarnos a su experiencia, es reforzado incluso por papeles impregnados de esencias olorosas que aportan un mayor arco multisensorial. De este modo queda todo ello documentado en la propia pieza, como testigo del proceso creativo, convirtiéndose así en instalaciones resultado de una acción de la que es huella.
Los escenarios naturales que se trazan en la obra de Julia son también estados del alma, construcciones mentales concebidas a pie de la realidad.
Al adentrarnos en ellos nos encontramos en paisajes pictóricos de placidez y belleza, también de vacíos y silencio, quizás de nostalgia y susurros. El poeta Antonio Colinas habla de las tres vías más directas para acceder a la Armónica Unidad -soledad, serenidad y silencio-, y estos tres estados parecen habitar en estas creaciones. Desprenden un componente espiritual que trasciende al territorio y que está expresamente remarcado en algunas de las obras con las referencias doradas portadoras de simbolismo con las que apoya al dibujo.
Por otro lado, una Gran familia de árboles icónicos y guardianes, dibujados cada uno en la primera página de un cuaderno, se extenderá por las diferentes salas del Museo, conviviendo con todos sus habitantes, como si hubieran sido transportados al vuelo sobre esos cuadernos alados que suenan con el viento como mariposas de papel tatuadas.
Se muestran también fotografías que recogen como huella certera las instantáneas de rincones escogidos. Y las litografías de nubes sobre papel de algodón parecen aún más esponjosas sobre un azul regenerador.
Por último, una serie de Impresiones lumínicas. Son imágenes fotográficas de plantas que en el proceso del revelado no han sido fijadas, y que nos hablan con eficaz poesía de lo efímero, la fugacidad y la desaparición, aspectos estos que, a pesar de ser inherentes a la vida, nos cuesta aceptar de buen grado. Son obras que reflexionan sobre el tiempo y se irán desdibujando a medida que avance la exposición a través de los días, hasta quedar el papel vacío, pero no virgen. Quedarán finalmente solo impresas en la memoria de quienes las percibieron, convirtiéndose así en un recuerdo que quizás llegue a ser indeleble.